26 de noviembre de 2010

A vueltas con los Informativos: de "Caso abierto" a la prensa kirchnerista

En el variado universo de las series policiales, Caso abierto (Cold case) seguramente no será de los primeros nombres que se piensen a la hora de elaborar las listas de las producciones más populares ni de las mejor valoradas. Difícilmente alguna vez se la vaya a considerar una serie de culto como The Wire o The Shield. A diferencias de éstas, fue concebida para llegar al gran público. No por nada está producida por Jerry Bruckheimer. Pero a pesar de ello, es una buena serie, por encima de la media, original dentro de lo que cabe, con un buen elenco y, sobre todo, con un punto de partida que siempre es el mismo pero que permite que todo sea siempre diferente: cada capítulo aborda un caso policial que en su momento fue cerrado por falta de pruebas y que, por diferentes circunstancias, el equipo de Homicidios de la policía Filadelfia se dispone a reabrirlos hasta resolverlos.


Protagonistas de la serie Caso abierto (Cold Case).

Esta premisa tan sencilla permite volver a la época en la que sucedieron los crímenes, ofreciendo pinceladas del contexto sociocultural y político de los años en que se centran las historias y su contraste con la actualidad, además de las recreaciones históricas en lo que hace a escenografía y vestuario (los constantes flashbacks al pasado que se intercalan con la investigación policial en el presente son el sello característico de la estructura narrativa de la serie).

La discriminación de la mujer a mediados del siglo pasado, la segregación y el racismo contra los negros, la guerra de Vietnam o la más reciente de Irak, dramas familiares, la irrupción del hippismo en la sociedad norteamericana y muchísimos temas más han ido apareciendo en los capítulos de esta serie a lo largo de sus siete temporadas (la CBS ya ha anunciado que la serie ha sido cancelada). Y en el capítulo que enganché ayer en la tele, titulado Informativos (Breaking news, temporada 6) , abordaron justamente el mismo tema tratado en el post anterior de este blog: la idiotización de los informativos de televisión, el creciente proceso de transformación de los espacios antes dedicado a contar las noticias en simples y burdos contenedores en los que lo verdaderamente noticioso aparece disimulado entre reportajes “de color”, propaganda política e informaciones insólitas.

En el mencionado capítulo, que contaba el asesinato de Jane Everett, una presentadora de informativos que estaba a punto de dar a conocer un reportaje de denuncia, hubo referencias directas a la superficialidad de cierto periodismo, a lo que ocurre cuando la ética profesional se ve desplazada por los intereses económicos y a cómo algunos periodistas encuentran justificaciones de todo tipo para defender sus intereses y mezquindades.

Si bien la historia estaba situada en la Filadelfia de 1988, el diagnóstico que se hacía de los informativos de entonces bien podría aplicarse a los de la actualidad. En una escena, luego de ver a su hija presentando un reportaje que en realidad no era más que publicidad encubierta de unos de los principales auspiciantes del canal de televisión, la madre le recrimina a Jane, otrora fervorosa e idealista estudiante de periodismo, que se prestase a disfrazarse de leopardo para realizar ese tipo de coberturas. Y al mismo tiempo se queja de la superficialidad del noticiero. Indignada, la madre dice con tono irritado: “¡Es que no entiendo por qué han dejado de ser informativos!”, a lo que la hija, avergonzada y a la defensiva le responde con las mismas palabras que perfectamente podrían salir de la boca de Pedro Piqueras, actual director de los nefastos informativos de Telecinco: “¡¿Cuántas veces tengo que decirte que así es como funciona el negocio ahora?!”.

En otro momento del capítulo, cuando estaba siendo interrogado por los policías sobre las circunstancias del asesinato ocurrido dos décadas atrás, el que fuera entonces jefe de redacción del informativo explicaba de la siguiente forma el por qué de la deriva del espacio que dirigía hacia el infoentretenimiento: “Entonces se consideraba noticia todo lo que subiera la audiencia. A más audiencia, más beneficios; y a más beneficios, mejores vacaciones para todos”.

Pero lo más contundente estuvo en el cara a cara que la reportera, instantes antes de ser asesinada, tuvo con su jefe y ex compañero de facultad, quien le hace ver que no emitirán el reportaje de denuncia contra el principal patrocinador de la cadena. Con evidente amargura y decepción la reportera le echa en cara a su colega que “fuiste tú el que me enseñó todo sobre la ética periodística...todas aquellas lecciones que nos dabas en la época de la universidad...”. Y el otro, con un cinismo muy en boga actualmente, le responde que “los informativos ya no son lo que eran, a ver si te enteras. Sólo importan los índices de audiencia”.

Ya ni los periodistas parecen entender
en qué consiste el periodismo

Es verdad. Los informativos ya no son lo que eran. Y el periodismo ya no es comprendido ni valorado correctamente ni siquiera por muchos periodistas que viven notables confusiones, algunos por erróneos enfoques ideológicos y otros por descarado oportunismo.

En una entrevista que le realizaran recientemente, el director de Télam (agencia estatal argentina de noticias) Martín García, insinuó que prefiere contar con militantes políticos antes que con periodistas. Militantes oficialistas, obviamente. Sin dudas todo un canto a la imparcialidad. Y luego se sorprenden si algunos no queremos creer en la propaganda gubernamental (mal) disfrazada de información que difunde la amplia red de radios, blogs, canales de televisión, diarios y periodistas adscritos al kirchnerismo.

Por si fuera poco García no tuvo empacho en calificar de la siguiente manera a los periodistas: “Los profesionales son como las prostitutas, escriben mentiras en defensa de los intereses de los que les pagan”. No se sabe bien si se trató de un mea culpa, de una explicación de cómo funciona en Argentina la prensa oficialista o si sólo se trató de una crítica a los periodistas no sumisos a la maquinaria kirchnerista.


Alta estima. Para Martín García, director de Télam,
los periodistas son como las prostitutas.

En cualquier caso no deja de ser curioso que algo así lo diga un hombre que trabajó ayer para Menem, Duhalde, Cafiero y Rodríguez Saá, hoy trabaja para el kirchnerismo, y mañana quien sabe para quién trabajará. Seguramente, al igual que las prostitutas, lo hará para quien le pague, muy en la línea de los “militantes” de quita y pon que tanto se llevan en el periodismo argentino de hoy día.


.

19 de noviembre de 2010

Los informativos como nuevo formato estrella de la telebasura

La coherencia es un concepto recargado de connotaciones positivas. Prácticamente a diario todos nos llenamos la boca reclamando, exigiendo (siempre a los demás, rara vez a uno mismo) coherencia. Pero lo cierto es que, paradójicamente, la coherencia es más bien escasa en casi todos los niveles de la sociedad.

Ahí tenemos a los políticos que cuando están en la oposición demandan unas cosas y cuando ocupan cargos de poder hacen lo contrario; o ciertos periodistas que antes defendían la profesión, se autodenominaban guardianes de la ética y les buscaban constantemente las cosquillas a los poderosos y hoy se han convertido en meros propagandistas y tontos útiles de quienes manejan el cotarro, todo a cambio de un sueldo más elevado, de un cargo rimbombante o un espacio en la tele o en la radio. También están, clásicos entre los clásicos, quienes edifican ante los amigos una imagen casi idílica de luchadores contra el sistema, de contrarios a la sociedad de consumo y al capitalismo y que luego ante la primera posibilidad favorable mandan al carajo esas consideraciones y se muestran capaces de vender a la madre y traicionar a quien haga falta con tal de aprovechar la primera posibilidad que se presente. Aquello que refleja muy bien el refrán de “donde dije digo, digo Diego”.

El ser coherentes es, sin duda, algo difícil de lograr. Es algo excepcional. De ahí que en este contexto casi siempre la coherencia se vea como algo favorable. Aunque no en todos los casos ser coherentes es bueno. Tenemos, por ejemplo, la programación del canal español Telecinco, que supone una muestra incontestable de coherencia: ofrecen basura en todos los horarios y en todos los formatos. Las series de producción propia, sus muchos y maratónicos talk shows y realities con sus correspondientes “debates”, ejemplifican las variadas formas que la mierda puede adoptar en la televisión. Y sus informativos, como no podían ser de otra manera, siguen la misma línea. Será cuestión de no resentir la imagen corporativa de la empresa.

Sangre, violencia, alarmismo social e informaciones ya no absurdas sino directamente estúpidas conforman los contenidos de los espacios dedicados a las noticias en uno de los canales de más audiencia del país y el que más dinero facturó el último año.


David Cantero. De solvente presentador cuando estaba en La 1, a
nuevo
capocomico de Informativos Telecinco.

Como breve pero suficiente muestra, tres “noticias” que encadenaron de manera sucesiva en la edición de hoy al mediodía: La historia de Nieves, una anciana de 84 años que con su música encantó a sus compañeros de residencia (¡¿?!) y que, según la cronista que realizó el reportaje, “hasta estaría dispuesta a grabar un disco”. Continuaron con la muy relevante historia de una yegua que pasa las tardes en el zoo de Polonia en el que vive, pintando cuadros con los pinceles que su cuidadora le pone en la boca (¡¡¡¿?!!!). Y seguidamente, mostraron una pieza en la que se hablaba de la evolución que ha experimentado el juguete Mr. Potato (¡¡¡¡¡¡¡¿?!!!!!!!) a lo largo de 50 años.

Por si fuera poco tener que soportar tantas estupideces hay que añadir la función que cumplen los presentadores, que con sus tonos de voz, las diferentes inflexiones, entonaciones, mohínes, ademanes y palabras que utilizan dan la sensación de haber padecido recientemente una lobotomía o de no haber superado nunca los 15 años. En lugar de parecerse a los clásicos y solventes presentadores de noticias a los que nos hemos acostumbrados durante mucho tiempo, ahora los conductores se asemejan cada vez más a unos animadores de cruceros por el Caribe en temporada baja, a unos payasos sin gracia que se esfuerzan por parecer graciosos.

Todo esto no hace más que evidenciar de qué manera conciben el periodismo en Telecinco y, sobre todo, qué es lo que realmente piensan de su público y su nivel intelectual. Claro que esta situación ni es novedosa ni exclusiva de los noticieros de Telecinco. Antena 3 y laSexta Noticias se esfuerzan tanto o más por hacer que sus espacios informativos se conviertan en auténticos noticieros de lo insólito. La lucha es dura y pareja. Tanto que no sorprendería que uno de estos días, luego de informar sobre la última medida anunciada por el presidente de Gobierno y de dar los datos sobre la crisis económica, alguno de estos presentadores se largue con aquello de “iban un español, un alemán y un inglés en un avión, cuando uno de ellos...”.


Kent Brockman, nuevo paradigma de los presentadores de noticieros.

Ser gracioso o no ser, esa es la nueva máxima del periodismo televisivo. El rigor, la coherencia, el tino, el sentido y la esencia de la profesión parecen ya no contar.

Es tan lamentable el nivel (por suerte quedan los informativos de La 1, CNN+ y TV3) que hace que uno mire con envidia a Kent Brockman y al noticiero que presenta en Los Simpsons. Por increíble que parezca.


.

12 de noviembre de 2010

Dot, una nueva genialidad de Aardman Animations

Los del estudio británico de animación Aardman tienen un más que acreditado y merecido prestigio. Son unos verdaderos genios de la animación en stop-motion, principalmente con muñecos de plastilina, pero no sólo. Basta con decir que son los creadores de las aventuras de Wallace & Gromit (varios cortos y un largometraje), Chicken run, Flushed away (Ratónpolis) y Shaun the sheep, entre muchos otros trabajos con los que han ganado toda clase de premios, incluidos BAFTA, Globos de Oro y Oscar.

Los de Aardman Animations han vuelto a sorprender, ahora con un corto brevísimo, de menos de dos minutos, y que no está hecho con figuras de plastilina. El corto se llama Dot y está considerada como la animación stop-motion con los personajes más pequeños del mundo. (Dot, la chica protagonista, mide 9 milímetros. Los cientos de "muñecas" que se utilizaron para el rodaje fueron fabricadas en resina a partir de técnicas de impresión en 3D)

Todo nació debido a un encargo que el gigante de la telefonía Nokia realizara a los de Aardman. Los finlandeses les pidieron una creación que sirviera para promocionar las ventajas de su modelo N8 Cellscope. Se trata de un teléfono móvil que incluye una videocámara de 12 megapíxeles a la cual se le puede añadir un dispositivo que, básicamente, permite que el conjunto funcione como un microscopio con una cámara incorporada, lo cual puede resultar de una enorme utilidad para la realización de diagnosis médicas a distancia. En países o zonas mal comunicadas, con escasez de profesionales o de insumos médicos, un diagnóstico a distancia puede ser clave para salvar vidas. El cellscope permite, por ejemplo, que un médico pueda recibir las imágenes de una muestra de sangre y comprobar si el paciente sufre o no malaria.

Así las cosas, los de Aardman tuvieron una nueva excusa para estrujarse el cerebro y regalarnos una nueva genialidad.

Debajo pueden ver dos videos: el corto propiamente dicho y el making of (si le dan al botón CC, que aparece en las opciones debajo de la panatalla, podrán elegir subtítulos en distintos idiomas, castellano incluido.) De todas maneras, si no pueden activar los subtítulos y no entienden inglés (o los jodidos acentos de los condenados que aparecen en pantalla) no importa, véanlo igual, que se harán una idea de lo que fue todo el proceso y de la genialidad de estos tipos. ´

(Por cierto, quienes sintonicen TV3 de Catalunya, pueden ver Shaun the sheep de lunes a viernes en distintos horarios. Lo más sencillo es engancharlo por las tardes, poco antes de las 19hs).






.

2 de noviembre de 2010

Los imperfeccionistas


Debo confesar que tenía mis dudas, bastantes, sobre “Los imperfeccionistas”, la primera novela del inglés Tom Rachman, publicada este verano en España. El que toda la historia se centrara en la redacción de un periódico y en la vida de varios personajes me resultaba, de entrada, innegablemente atractiva. Cuando tuve el libro entre mis manos por primera vez hace unos meses en una librería, las buenas vibraciones aumentaron. La portada resultó ser sencilla y sugerente: muestra la fotografía de un fardo de diarios atados con hilo de algodón y el título del libro y el nombre del autor aparecen impresos en relieve, lo cual hace que, inevitablemente, pases las manos sobre ellos una y otra vez como si fueras un ciego leyendo en braille.

Entonces comprobé que el breve texto de la solapa también cumplía su objetivo: tenía gancho, generaba expectativa. Mediante trazos generales, ofrecía una muestra de la variada fauna de personajes que pueblan la novela y sus circunstancias. Pero el hecho de que llegara acompañada de tantos elogios de la prensa anglosajona, que ha puesto el debut de Rachman por las nubes, me cortaba un poco el entusiasmo. Ya me pasó otras veces con algunos libros (me acuerdo, sobre todo, de “Absurdistán”) que los vendían como la repanocha y luego apenas si resultaban ser historias que pasaban por un uno sin dejar poso alguno, cuando no insatisfacción por no cumplir con lo insinuado.

Así anduve este tiempo, pensando en si debía comprarlo o no. Para quien alguna vez se ha dedicado al periodismo o a algo parecido, las historias referidas a este mundillo siempre tienen un interés añadido. Al final, vencí al cocodrilo y lo compré. Y desde luego que no me arrepiento de haberlo hecho. Hace mucho que no tenía esa hermosa sensación de estar tan enganchado con un libro, con no querer dejarlo, con leer hasta que te arden los ojos dejando pasar despreocupadamente las horas. Me lo terminé en dos días, aunque tranquilamente podría haberlo hecho en uno.

El libro está muy bien estructurado. El autor presenta en capítulos independientes pero que están entrelazados o conectados de alguna manera, la historia de distintos personajes del periódico a lo largo de cincuenta años: las narraciones transcurren desde el momento de la fundación del diario en la Roma de mediados del siglo pasado, al mundo más actual en el que Internet se presenta como la gran amenaza para la prensa tradicional.

Aunque diferente, recuerda en mucho a “Noticia bomba”, de Evelyn Waugh, uno de los clásicos de la literatura ambientada en el mundo del perdiodismo. Pero vale la pena destacar que así como para disfrutar de “El corazón de las tinieblas” (Joseph Conrad) no hace falta adentrarse previamente en las profundidades de la selva del Congo belga, tampoco es necesario estar ligado al mundo del periodismo para disfrutar de “Los imperfeccionistas”.

Se trata de un libro divertido en cierta forma, irónico y con algunas reflexiones más profundas de lo que se pueda pensar en un principio por el tono general del relato. Y si bien es verdad que las carcajadas no faltan, la sensación mayor que embargará al lector será la de melancolía. Por el devenir del periódico, por esa sensación creciente e inevitable de final del juego que se intuye y se va acelerando a medida que pasan las páginas y, sobre todo, por las vidas de cada uno de los personajes que Rachman nos muestra. Justamente en esto, en la creación de personajes tan particulares y tan bien definidos, el autor muestra tener un talento remarcable. En ningún momento lo que ofrece son caricaturas, por más patéticos que nos puedan resultar algunos de sus personajes.

Rachamn consigue generar un fuerte empatía en el lector; consigue que comprendamos a los personajes y sus circunstancias. Al final, uno no puede evitar tomar partido, decidir si tal o cual protagonista le cae bien, mal o regular. De manera inevitable uno termina sintiendo lástima, condescendencia o pena, cuando no plena identificación, por los personajes que desfilan delante de nuestros ojos.

Mientras va contando las distintas historias, a través de sus personajes Rachman va lanzando algunas observaciones sobre la prensa y la vida en general. Como en esa parte en la que habla del veterano corresponsal del periódico en París, caído en desgracia, del que dice que “conoce bien su oficio: todo se expresa en términos de posibilidades, propuestas, globos lanzados al aire. Todas las fuentes inventadas desean «permanecer en el anonimato» o son «altos cargos próximos a...»”.

O cuando se refiere, de pasada, a una chica de vida disoluta que “era capaz de acostarse con cualquier borracho de la calle y con la mayoría de ellos ya lo había hecho”. O cuando describe esa escena, tan común en cualquier bar, en la que recuerda que “cuando la chica rosada y rechoncha llama con la mano al camarero, éste no la ve; cuando la de busto lleno le hace una señal con la cabeza, acude como un rayo”.

O bien las que se incluyen en el relato de Arthur Gopal, el apático redactor de necrológicas que confiesa que “yo nunca tuve vocación de periodista. Yo sólo quería un sillón cómodo”. El mismo cuya mesa de trabajo, nos cuenta el narrador, “estaba antes junto al dispensador de agua fría, pero los jefes se cansaron de tener que charlar con él cada vez que tenían sed” y por ello lo terminaron desplazando a un rincón junto al armario de los bolígrafos.

Sobre el final, Rachman se permite una definición bastante acertada de lo que es un periódico: “ese informe diario de la estupidez y la brillantez de la especie”. No hay más que ver cualquier diario (en papel o en digital) para comprobar que esto es así. Aunque lamentablemente cada vez se le da más espacio a las estupideces que cometemos los humanos en lugar de resaltar las brillanteces.

En definitiva, que el libro bien vale los 17 euros que cuesta. No es mucho para un libro que uno sabe que lo va a guardar y al que volverá una y otra vez.

.