Efecto Guggenheim. El museo diseñado por Frank Gehry se convirtió
en emblema de la transformación experimentada por Bilbao y en el modelo a seguir.
Despilfarro. El faraónico complejo de la Ciudad de las Ciencias y las
Artes de Valencia, costeado con dinero público, lleva consumidos más
de mil millones de euros. Su presupuesto original no llegaba a los doscientos.
Por su propia naturaleza, la arquitectura es una disciplina de notable capacidad transformadora y hacedora. Una intervención apropiada sobre la trama urbana o la construcción de un edificio específico pueden provocar grandes cambios en una ciudad. Y esos cambios, cuando se combinan correctamente con otros factores, pueden incluso considerarse como “milagrosos”. Por poner un ejemplo recurrente, ahí está el caso de la transformación positiva experimentada por Bilbao a partir de la construcción del Museo Guggenheim, inaugurado en 1997.
A mediadios de la década de 1980 la capital vizcaína era una ciudad industrial venida a menos por el cierre y abandono de fábricas; una urbe gris, descuidada, con un alto nivel de desempleo, escasa proyección internacional y muy bajo valor turístico incluso en el entorno nacional. Pero con la puesta de largo del mencionado edificio, todo un icono ya de la arquitectura contemporánea, Bilbao inició lo que sería una profunda transformación que la terminaría catapultando al panorama internacional. En poco tiempo pasó a ser una ciudad de gran atractivo turístico. Su nombre comenzó a mezclarse con el de las grandes capitales europeas y la metamorfosis experimentada pasó a ser el modelo a emular.
El por entonces sorprendente y un punto extravagante edificio diseñado por Frank Gehry fue la imagen principal y, sin dudas, también la causa que más peso tuvo en esa transformación. Pero no fue lo único. El Guggenheim no fue un hecho aislado. Muy por el contrario, fue parte de un complejo y clarividente plan de reconversión industrial y urbana emprendido por el gobierno bilbaíno en directa colaboración con otros actores sociales y económicos. Pero como vivimos en una época en la que tendemos a simplificarlo todo y las imágenes y los eslóganes tienen más contundencia que las ideas, se extendió la sensación de que bastaba con construir un edificio llamativo para transformar toda una ciudad y dotarla de prestigio internacional.
A partir de allí la creencia en la capacidad de hacer milagros de la arquitectura se disparó al tiempo que se consolidó la selecta categoría de arquitectos estrella, un grupo integrado por unos pocos arquitectos que empezaron a recibir encargos para la construcción de proyectos multimillonarios a lo largo y ancho del mundo. Este star system incluye nombres que en la actualidad son bien conocidos incluso por gente ajena a la arquitectura. Norman Foster, Santiago Calatrava, el ya mencionado Frank Gehry, Renzo Piano, Rem Koolhaas, Jean Nouvel, David Chipperfield, Richard Rogers, Herzog & de Meuron y Zaha Hadid, entre otros, componen este exclusivo grupo de arquitectos “globales”.
El crítico de arquitectura del periódico La Vanguardia de Barcelona, Llàtzer Moix, acaba de publicar el libro “Arquitectura milagrosa. Hazañas de los arquitectos estrella en la España del Guggenheim” (Editorial Anagrama) en el cual aborda este fenómeno que, en sus palabras, se desarrolló en la geografía española de manera más intensiva que en otras partes. Moix inicia su libro de manera contundente: “A caballo entre el siglo XX y el XXI, España creyó en los milagros. Concretamente, en los milagros que podían obrar los arquitectos estrella”.
Se refiere principalmente a los representantes de gobiernos autonómicos y de ayuntamientos -aunque también las instancias privadas cayeron en el embrujo- que parecieron convencidos “de que los edificios estelares poseían poderes extraordinarios, si no sobrenaturales. Es decir, que garantizaban visibilidad global, atraían a multitudes turísticas y estimulaban la economía global”. Y añade que, en este contexto, “la arquitectura pasó a ser considerada mano de santo”.
EL ICONO ANTE TODO
La arquitectura icónica puede efectivamente contribuir a proyectar la imagen de un lugar. Pero con frecuencia no es suficiente para conseguir los resultados esperados ni tampoco justifica los gastos que acarrea, lo cual es especialmente delicado cuando se trata de dinero público.
Moix recuerda que en España se han desarrollado proyectos “sin realizar previamente estudios detallados sobre las necesidades de la población”, caracterizados por “cierta megalomanía” y por presupuestos muy elevados “de difícil ejecución e insostenible mantenimiento”.
En las páginas de su libro Moix cita a reconocidos críticos que opinan sobre esta tendencia. Así, recuerda las palabras de William Curtis para quien estos excesos arquitectónicos significan “el sometimiento de una disciplina humanística a los abusos del marketing y la moda”; las del urbanista Peter Hall, quien considera que “sería más inteligente apostar por las infraestructuras de transporte que por la arquitectura icónica” o las de Deyan Sudjic, director del Design Museum de Londres, quien espera que el boom de la arquitectura “icónica e irracional” de los últimos años “de paso a una época más reflexiva”.
Si bien se empeña en encontrarle las costuras al modelo de la arquitectura milagrosa, especialmente las que tienen que ver con el derroche de dinero público (el caso de la Ciudad de las Ciencias y las Artes de Valencia ilustra esta preocupación: presupuestado inicialmente en 175 millones de euros , lleva consumidos ya más de 1.100 millones), Moix no se opone por definición a este tipo de iniciativas, aunque expresa razonables reparos, como bien indica en el epílogo del libro: “Por supuesto, no se trata de exigir vueltas al orden académico ni de desterrar la expresión ni de vetar la experimentación o la innovación. Ni mucho menos de reprimir la genialidad que eventualmente puede aparecer y conmovernos. Pero sí se trata de poner coto al derroche. (…) Urge, en definitiva, devolver sensatez a la arquitectura, en especial a la que se levanta con inversión pública. Y, de paso, olvidarse por un tiempo de los milagros”.
En definitiva, “Arquitectura milagrosa. Hazañas de los arquitectos estrella en la España del Guggenheim” es un libro muy recomendable. Cargado de información detallada y de análisis, escrito con un lenguaje ameno en el que destacan las opiniones de los especialistas pero en el que el autor deja ver también sus puntos de vista - aunque sin caer en absoluto en el trazo grueso ni en el tono aleccionador -, se trata de un trabajo instructivo y a la vez entretenido que nos ayuda a comprender mejor un fenómeno que se ha extendido por todo el mundo transformando la imagen de ciudades y hasta de países enteros (Dubai y Abu Dhabi como claras referencias).
Más información:
El auge de la arquitectura milagrosa. Entrevista a Llàtzer Moix (Revista Miralls).
"Lo que cambia un lugar es la gente". Entrevista a Peter Hall (Diario El País).
"Los arquitectos son los políticos más listos". Entrevista a Deyan Sudjic (Diario El País).
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A mediadios de la década de 1980 la capital vizcaína era una ciudad industrial venida a menos por el cierre y abandono de fábricas; una urbe gris, descuidada, con un alto nivel de desempleo, escasa proyección internacional y muy bajo valor turístico incluso en el entorno nacional. Pero con la puesta de largo del mencionado edificio, todo un icono ya de la arquitectura contemporánea, Bilbao inició lo que sería una profunda transformación que la terminaría catapultando al panorama internacional. En poco tiempo pasó a ser una ciudad de gran atractivo turístico. Su nombre comenzó a mezclarse con el de las grandes capitales europeas y la metamorfosis experimentada pasó a ser el modelo a emular.
El por entonces sorprendente y un punto extravagante edificio diseñado por Frank Gehry fue la imagen principal y, sin dudas, también la causa que más peso tuvo en esa transformación. Pero no fue lo único. El Guggenheim no fue un hecho aislado. Muy por el contrario, fue parte de un complejo y clarividente plan de reconversión industrial y urbana emprendido por el gobierno bilbaíno en directa colaboración con otros actores sociales y económicos. Pero como vivimos en una época en la que tendemos a simplificarlo todo y las imágenes y los eslóganes tienen más contundencia que las ideas, se extendió la sensación de que bastaba con construir un edificio llamativo para transformar toda una ciudad y dotarla de prestigio internacional.
A partir de allí la creencia en la capacidad de hacer milagros de la arquitectura se disparó al tiempo que se consolidó la selecta categoría de arquitectos estrella, un grupo integrado por unos pocos arquitectos que empezaron a recibir encargos para la construcción de proyectos multimillonarios a lo largo y ancho del mundo. Este star system incluye nombres que en la actualidad son bien conocidos incluso por gente ajena a la arquitectura. Norman Foster, Santiago Calatrava, el ya mencionado Frank Gehry, Renzo Piano, Rem Koolhaas, Jean Nouvel, David Chipperfield, Richard Rogers, Herzog & de Meuron y Zaha Hadid, entre otros, componen este exclusivo grupo de arquitectos “globales”.
El crítico de arquitectura del periódico La Vanguardia de Barcelona, Llàtzer Moix, acaba de publicar el libro “Arquitectura milagrosa. Hazañas de los arquitectos estrella en la España del Guggenheim” (Editorial Anagrama) en el cual aborda este fenómeno que, en sus palabras, se desarrolló en la geografía española de manera más intensiva que en otras partes. Moix inicia su libro de manera contundente: “A caballo entre el siglo XX y el XXI, España creyó en los milagros. Concretamente, en los milagros que podían obrar los arquitectos estrella”.
Se refiere principalmente a los representantes de gobiernos autonómicos y de ayuntamientos -aunque también las instancias privadas cayeron en el embrujo- que parecieron convencidos “de que los edificios estelares poseían poderes extraordinarios, si no sobrenaturales. Es decir, que garantizaban visibilidad global, atraían a multitudes turísticas y estimulaban la economía global”. Y añade que, en este contexto, “la arquitectura pasó a ser considerada mano de santo”.
EL ICONO ANTE TODO
La arquitectura icónica puede efectivamente contribuir a proyectar la imagen de un lugar. Pero con frecuencia no es suficiente para conseguir los resultados esperados ni tampoco justifica los gastos que acarrea, lo cual es especialmente delicado cuando se trata de dinero público.
Moix recuerda que en España se han desarrollado proyectos “sin realizar previamente estudios detallados sobre las necesidades de la población”, caracterizados por “cierta megalomanía” y por presupuestos muy elevados “de difícil ejecución e insostenible mantenimiento”.
En las páginas de su libro Moix cita a reconocidos críticos que opinan sobre esta tendencia. Así, recuerda las palabras de William Curtis para quien estos excesos arquitectónicos significan “el sometimiento de una disciplina humanística a los abusos del marketing y la moda”; las del urbanista Peter Hall, quien considera que “sería más inteligente apostar por las infraestructuras de transporte que por la arquitectura icónica” o las de Deyan Sudjic, director del Design Museum de Londres, quien espera que el boom de la arquitectura “icónica e irracional” de los últimos años “de paso a una época más reflexiva”.
Si bien se empeña en encontrarle las costuras al modelo de la arquitectura milagrosa, especialmente las que tienen que ver con el derroche de dinero público (el caso de la Ciudad de las Ciencias y las Artes de Valencia ilustra esta preocupación: presupuestado inicialmente en 175 millones de euros , lleva consumidos ya más de 1.100 millones), Moix no se opone por definición a este tipo de iniciativas, aunque expresa razonables reparos, como bien indica en el epílogo del libro: “Por supuesto, no se trata de exigir vueltas al orden académico ni de desterrar la expresión ni de vetar la experimentación o la innovación. Ni mucho menos de reprimir la genialidad que eventualmente puede aparecer y conmovernos. Pero sí se trata de poner coto al derroche. (…) Urge, en definitiva, devolver sensatez a la arquitectura, en especial a la que se levanta con inversión pública. Y, de paso, olvidarse por un tiempo de los milagros”.
En definitiva, “Arquitectura milagrosa. Hazañas de los arquitectos estrella en la España del Guggenheim” es un libro muy recomendable. Cargado de información detallada y de análisis, escrito con un lenguaje ameno en el que destacan las opiniones de los especialistas pero en el que el autor deja ver también sus puntos de vista - aunque sin caer en absoluto en el trazo grueso ni en el tono aleccionador -, se trata de un trabajo instructivo y a la vez entretenido que nos ayuda a comprender mejor un fenómeno que se ha extendido por todo el mundo transformando la imagen de ciudades y hasta de países enteros (Dubai y Abu Dhabi como claras referencias).
Más información:
El auge de la arquitectura milagrosa. Entrevista a Llàtzer Moix (Revista Miralls).
"Lo que cambia un lugar es la gente". Entrevista a Peter Hall (Diario El País).
"Los arquitectos son los políticos más listos". Entrevista a Deyan Sudjic (Diario El País).
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