Colombia atraviesa en estos momentos por una etapa de verdadera conmoción. En esta ocasión el ánimo y la atención de los colombianos no se han visto arrebatados por una fulgurante operación contra las FARC ni por un brutal ataque de algunos de los cárteles de las drogas, y ni tan siquiera por la previsible boda entre los protagonistas del culebrón del momento. Nada de eso. Esta vez, el drama incluye actores con los que nadie contaba: un futbolista y una lechuza fallecida en tragicómicas circunstancias.
La situación, absolutamente bizarra, es más o menos la siguiente: el pasado domingo, durante un encuentro de fútbol que disputaban el Junior de Barranquilla y Deportivo Pereira, una lechuza apareció tendida sobre el terreno de juego. En un lance del partido el jugador del equipo visitante Luis Moreno, nacido en la vecina Panamá, decidió darle una patada al aturdido animal. Moreno hizo lo que hizo por inercia, casi como un acto reflejo, en plan “apartemos esta cosa con plumas que no es Cristiano Ronaldo y que siga el juego”.
El futbolista no podía imaginar que con ello estaba generando una noticia que se extendería por todo el planeta a la velocidad del rayo. Y menos aún podía pensar que en cuestión de horas se convertiría en un personaje odiado por defensores de animales, gentes con la sensibilidad a flor de piel y niños de todo el mundo.
La situación, absolutamente bizarra, es más o menos la siguiente: el pasado domingo, durante un encuentro de fútbol que disputaban el Junior de Barranquilla y Deportivo Pereira, una lechuza apareció tendida sobre el terreno de juego. En un lance del partido el jugador del equipo visitante Luis Moreno, nacido en la vecina Panamá, decidió darle una patada al aturdido animal. Moreno hizo lo que hizo por inercia, casi como un acto reflejo, en plan “apartemos esta cosa con plumas que no es Cristiano Ronaldo y que siga el juego”.
El futbolista no podía imaginar que con ello estaba generando una noticia que se extendería por todo el planeta a la velocidad del rayo. Y menos aún podía pensar que en cuestión de horas se convertiría en un personaje odiado por defensores de animales, gentes con la sensibilidad a flor de piel y niños de todo el mundo.
El villano. Luis Moreno en el momento en que patea a la lechuza.
Para más inri, la lechuza en cuestión era la mascota-amuleto del equipo local, que ahora deberá decidir si busca una lechuza de reemplazo o si aprovecha la ocasión para elegir un animal más resistente y menos entrometido -una tortuga sería una buena opción ya que además tiene el plus de la longevidad-, o directamente opta por algún objeto inanimado como lo puede ser una piedra de origen volcánico, que a fin de cuentas ha sido a lo largo de los siglos un valor seguro para el ser humano a la hora de escoger objetos que no sirven absolutamente para nada pero que ayudan al autoengaño.
Moreno, además de haberse equivocado en patear al animal, tuvo la mala suerte de que su acción fuera captada por las cámaras de televisión. A partir de ahí, el periodismo chisporroteante, internet y la atávica sed de linchamiento del hombre pusieron a este futbolista negro de apellido Moreno en el blanco de la ira de millones de personas (y no exagero) de todo el mundo.
Desde la consagración del Pulpo Paul como figura mediática y pitoniso de éxito en el pasado mundial de Sudáfrica, la intervención (en este caso involuntaria) de ningún animal en asuntos futbolísticos había tenido semejante repercusión. (El Atlético de Madrid lo ha intentado repetidamente con la inclusión de Ujfalusi como titular, pero el checo ha sido incapaz de generar empatía en la gente, ni tan siquiera entre los más forofos hinchas colchoneros).
Los medios de comunicación de medio mundo, cada vez más obsesionados por las tonterías e inmunes a la vergüenza, hicieron el resto. El lechuzagate estalló y se convirtió en un asunto de Estado.
Al concluir el encuentro Moreno tuvo que pedir perdón a la lechuza (¡¿?!) y a la afición local. Los canales de televisión enviaron reporteros a hacer un seguimiento del estado de salud del ave. Hicieron guardia frente a la clínica veterinaria a la que fue trasladada y entrevistaron a los médicos veterinarios que la atendieron.
Como si se tratase de un guiño del destino y de la diosa Fortuna a la tierra en que esto sucedió, el lechuzagate contó con la clásica estructura de las telenovelas que fascinan a la gente de este país. Primero fue el hecho principal: la patada de Moreno, el chico malo y extranjero, al pobre animal, la lechuza, que ocupa el rol de fémina ultrajada. Seguidamente, el villano sale a pedir perdón al tiempo que la chica (la lechuza) parece estar ya fuera de peligro.
Esto lleva a todos a pensar en una posible reconciliación y en el ulterior perdón a Moreno, que había mostrado un sentido arrepentimiento. Pero en menos de 24 horas y luego de que el veterinario jefe (la figura paternal) asegurara que el animal no sufría fracturas ni hemorragias internas, el drama, que parecía conjurado definitivamente, se rehace y se desencadena de manera brutal: la lechuza muere de forma repentina.
La vuelta de tuerca del guión es efectiva: las lágrimas, el dolor y las proclamas de venganza atronan y se expanden por todo el orbe. Los gritos de "¡Asesino, asesino!" y las exigencias de pena de cárcel para Moreno se multiplican y el deportista, que ya saboreaba el perdón, ahora pasa a ser casi tan odiado como Bin Laden.
El giro argumental es perfecto por lo dramático e inesperado, y porque deja también muchas preguntas en el aire. El misterio domina la situación y deja el terreno abonado a todo tipo de teorías conspirativas: ¿Cómo es posible que la buena de la lechuza haya muerto si los veterinarios habían dicho que estaba fuera de peligro? ¿Hubo mala praxis en la clínica? ¿Sabía demasiado la lechuza sobre asuntos turbios que nadie debía saber? ¿Alguien decidió guardarse las espaldas y finiquitar al pajarraco para asegurarse que éste no cantara? ¿O fue la celosa y vengativa cuñada de Moreno la que urdió semejante trama para impedir que el ahora villano se casara con su hermanastra y no con ella, como le había prometido años atrás cuando aún no se había convertido en futbolista profesional?
Son muchas las preguntas que surgen y permanecen de momento sin respuestas. Los investigadores no descartan ninguna hipótesis. Todo es posible. Sólo el tiempo y la pericia de veterinarios y forenses podrá desentrañar cómo se produjo la muerte de la lechuza. Tal vez alguna confesión repentina o una futura filtración de wikileaks puedan arrojar luz sobre tanta oscuridad. Puede incluso que el lechuzagate , al igual que otros grandes misterios de la humanidad como ¿Quién construyó las pirámides de Egipto? y ¿Dónde está Wally?, quede sin resolver. El único consuelo que queda es pensar que a estas horas la lechuza debe estar departiendo y mirando fóbal en el cielo junto al Pulpo Paul.
A continuación dos vídeos im-per-di-bles (sobre todo el segundo, en el que el veterinario agradece "todo el apoyo que nos ha brindado la comunidad científica nacional e internacional") de la televisión colombiana siguiendo este asunto. Aunque pueda parecer lo contrario, no son vídeos de programas de humor ni de una parodia sino que son cortes sacados de informativos de las cadenas de televisión más importantes.
Y por último, unos segundos de Kent Brockman, sin dudas la mayor influencia de muchos a la hora de hacer periodismo.
Para más inri, la lechuza en cuestión era la mascota-amuleto del equipo local, que ahora deberá decidir si busca una lechuza de reemplazo o si aprovecha la ocasión para elegir un animal más resistente y menos entrometido -una tortuga sería una buena opción ya que además tiene el plus de la longevidad-, o directamente opta por algún objeto inanimado como lo puede ser una piedra de origen volcánico, que a fin de cuentas ha sido a lo largo de los siglos un valor seguro para el ser humano a la hora de escoger objetos que no sirven absolutamente para nada pero que ayudan al autoengaño.
Moreno, además de haberse equivocado en patear al animal, tuvo la mala suerte de que su acción fuera captada por las cámaras de televisión. A partir de ahí, el periodismo chisporroteante, internet y la atávica sed de linchamiento del hombre pusieron a este futbolista negro de apellido Moreno en el blanco de la ira de millones de personas (y no exagero) de todo el mundo.
Desde la consagración del Pulpo Paul como figura mediática y pitoniso de éxito en el pasado mundial de Sudáfrica, la intervención (en este caso involuntaria) de ningún animal en asuntos futbolísticos había tenido semejante repercusión. (El Atlético de Madrid lo ha intentado repetidamente con la inclusión de Ujfalusi como titular, pero el checo ha sido incapaz de generar empatía en la gente, ni tan siquiera entre los más forofos hinchas colchoneros).
Los medios de comunicación de medio mundo, cada vez más obsesionados por las tonterías e inmunes a la vergüenza, hicieron el resto. El lechuzagate estalló y se convirtió en un asunto de Estado.
Al concluir el encuentro Moreno tuvo que pedir perdón a la lechuza (¡¿?!) y a la afición local. Los canales de televisión enviaron reporteros a hacer un seguimiento del estado de salud del ave. Hicieron guardia frente a la clínica veterinaria a la que fue trasladada y entrevistaron a los médicos veterinarios que la atendieron.
Como si se tratase de un guiño del destino y de la diosa Fortuna a la tierra en que esto sucedió, el lechuzagate contó con la clásica estructura de las telenovelas que fascinan a la gente de este país. Primero fue el hecho principal: la patada de Moreno, el chico malo y extranjero, al pobre animal, la lechuza, que ocupa el rol de fémina ultrajada. Seguidamente, el villano sale a pedir perdón al tiempo que la chica (la lechuza) parece estar ya fuera de peligro.
Esto lleva a todos a pensar en una posible reconciliación y en el ulterior perdón a Moreno, que había mostrado un sentido arrepentimiento. Pero en menos de 24 horas y luego de que el veterinario jefe (la figura paternal) asegurara que el animal no sufría fracturas ni hemorragias internas, el drama, que parecía conjurado definitivamente, se rehace y se desencadena de manera brutal: la lechuza muere de forma repentina.
La vuelta de tuerca del guión es efectiva: las lágrimas, el dolor y las proclamas de venganza atronan y se expanden por todo el orbe. Los gritos de "¡Asesino, asesino!" y las exigencias de pena de cárcel para Moreno se multiplican y el deportista, que ya saboreaba el perdón, ahora pasa a ser casi tan odiado como Bin Laden.
El giro argumental es perfecto por lo dramático e inesperado, y porque deja también muchas preguntas en el aire. El misterio domina la situación y deja el terreno abonado a todo tipo de teorías conspirativas: ¿Cómo es posible que la buena de la lechuza haya muerto si los veterinarios habían dicho que estaba fuera de peligro? ¿Hubo mala praxis en la clínica? ¿Sabía demasiado la lechuza sobre asuntos turbios que nadie debía saber? ¿Alguien decidió guardarse las espaldas y finiquitar al pajarraco para asegurarse que éste no cantara? ¿O fue la celosa y vengativa cuñada de Moreno la que urdió semejante trama para impedir que el ahora villano se casara con su hermanastra y no con ella, como le había prometido años atrás cuando aún no se había convertido en futbolista profesional?
Son muchas las preguntas que surgen y permanecen de momento sin respuestas. Los investigadores no descartan ninguna hipótesis. Todo es posible. Sólo el tiempo y la pericia de veterinarios y forenses podrá desentrañar cómo se produjo la muerte de la lechuza. Tal vez alguna confesión repentina o una futura filtración de wikileaks puedan arrojar luz sobre tanta oscuridad. Puede incluso que el lechuzagate , al igual que otros grandes misterios de la humanidad como ¿Quién construyó las pirámides de Egipto? y ¿Dónde está Wally?, quede sin resolver. El único consuelo que queda es pensar que a estas horas la lechuza debe estar departiendo y mirando fóbal en el cielo junto al Pulpo Paul.
A continuación dos vídeos im-per-di-bles (sobre todo el segundo, en el que el veterinario agradece "todo el apoyo que nos ha brindado la comunidad científica nacional e internacional") de la televisión colombiana siguiendo este asunto. Aunque pueda parecer lo contrario, no son vídeos de programas de humor ni de una parodia sino que son cortes sacados de informativos de las cadenas de televisión más importantes.
Y por último, unos segundos de Kent Brockman, sin dudas la mayor influencia de muchos a la hora de hacer periodismo.
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