Que el ser humano necesita creer en algo es un axioma que pocos se atreverían a refutar. El hombre tiene la imperiosa necesidad de creer en algo, lo que sea, que le dé sentido a su existencia o que al menos le sirva de refugio o de protección. De ahí que desde que comenzara a poblar el planeta el ser humano haya dedicado buena parte de su tiempo a adorar casi cualquier cosa.
Esa predisposición a creer en algo o alguien superior ha sido el origen de las religiones y su principal fuerza motora. Pero a lo largo de la historia la religión (en singular o en plural) ha tenido tanto seguidores como detractores. Por citar a algunos de éstos últimos, se puede nombrar a varios de los más destacados filósofos alemanes del siglo XIX (Immanuel Kant, Karlx Marx, Friedrich Engels) que fueron quienes con más insistencia comenzaron a decir aquello de que la religión era “el opio de los pueblos”.
En el siglo XX esta frase le hizo lugar al fútbol, que pasó a ser “el nuevo opio de los pueblos”. La nueva máxima fue acuñada no se sabe muy bien si queriendo demostrar que los pueblos se habían convertido decididamente en politoxicómanos, o que la filosofía se había vuelto repetitiva, escasa de ideas y con tendencia al autoplagio.
De cualquier manera, cabe destacar que el emparejamiento entre fútbol y religión ha sido fértil y suscitado todo tipo de comparaciones. Desde los estadios vistos como las catedrales de los paganos, hasta las misas multitudinarias como una prefiguración de los millones de espectadores que, bien sea en el estadio o a través de los medios de comunicación, siguen los partidos de sus equipos preferidos.
El fútbol y algunas religiones coinciden además en que sus seguidores -que a veces comparten ambas aficiones- profesan la admiración por figuras variadas, son proclives al fanatismo y a la formulación de promesas de obligado cumplimiento, y disponen de deidades varias y un amplio santoral que, gracias a las modernas técnicas de marketing, no paran de crecer.
La mezcolanza es tal que hay quienes no dudan en decir que para ellos “el fútbol es como una religión”, o bien que su religión “es el fútbol”. En cualquier caso, fútbol y religión constituyen antes que nada actos de fe, sobre todo viendo la clase de jugadores y de sacerdotes que algunos equipos y parroquias pueden llegar a tener. En esos casos sólo un profundo sentido de la fe y un muy marcado sentido de la fidelidad pueden evitar el abandono masivo de sus seguidores. A fin de cuentas, cada uno cree en lo que quiere o en lo que puede.
Loco por el fútbol
Hay personas, como el holandés Paul Vlaar, que están convencidas de que los muchos puntos en los que se tocan fútbol y religión no pueden ser más que buenos y que hay que aprovecharlos. Vlaar es (aunque es probable que a esta altura esté a punto de dejar de serlo) un sacerdote al que le gusta mucho el fútbol. Y como a todo buen aficionado holandés a este deporte, el pasado domingo 11 de julio se le presentaba como un día muy especial. La selección nacional disputaría esa noche, ante España, la final de la Copa del Mundo por tercer vez en su historia.
El bueno de Paul - que no tiene las dotes adivinatorias de su tocayo el pulpo, a quien hay quienes lo veneran casi como a un dios infalible- no tuvo mejor idea que decorar la iglesia con motivos futbolísticos para dar la misa ese domingo. Pero el párroco no se contentó con poner unos tulipanes en honor a su selección, que es conocida con ese mote, ni con colocar guirnaldas naranjas, color que identifica al combinado holandés. El padre Paul no sólo apareció vestido con una sotana naranja sino que dispuso junto al altar ¡un arco, con red y todo, en el que llegó a ponerse de arquero para intentar detener un penal lanzado por un feligrés! ¡Si hasta se llevó una Jabulani a la iglesia! .... Y luego dicen que ir a misa es aburrido.
Sólo le pido a Dios. El padre Paul ofició la que llamó Misa del
Mundial de Fútbol. Rezó para que ganara Holanda, pero no le alcanzó.
Las crónicas periodísticas que registraron esta noticia hablan de que los asistentes se fueron felices a casa tras la misa: seguramente se la prometían felices de cara al partido y nada sospechaban de que horas después los supuestos futbolistas holandeses terminarían ofreciendo una exhibición de artes marciales, confundiendo el verde del césped del estadio Soccer City con el verde de algún tatami.
A quienes no les han hecho ni pizca de gracia las ocurrencias del padre Paul (y suponemos que tampoco las del pulpo Paul, que había anticipado la derrota de los holandeses) ha sido a los responsables del Obispado de la región, quienes al enterarse de lo sucedido decidieron suspender a Vlaar y lo invitaron a que reflexionara sobre su conducta.
Pero ¿qué habría pasado si Holanda no hubiese perdido el partido y se hubiese consagrado ganadora del mundial? ¿Lo habrían suspendido igualmente al padre Paul? Tal vez los mandamases del obispado consideraron que el padre Paul fue gafe y decidieron descargar su frustración por la derrota suspendiéndolo de sus funciones. O quizás lo que les molestó es que no los hubiese invitado a participar del picadito en un escenario tan distinguido como la casa del Señor.