7 de marzo de 2011

Nueva dirección del blog

Con apenas algo más de un año de vida, y este blog ya se va de casa...

Buscando un diseño un poco más actual que permita una lectura más cómoda y agradable (al menos esa es la intención) este blog se muda a la siguiente dirección:

http://arasdelpiso.wordpress.com/

En la "migración" de contenidos se han perdido algunas cosas. Por ejemplo, han desaparecido los seguidores (quien quiera, deberá darse de alta nuevamente). También se han producido algunos desajustes en los textos: espacios dobles, tabulaciones, algunas cursivas de más, en fin, pequeños detalles que iré corrigiendo de a poco ya que recién me estoy familiarizando con el nuevo administrador, que es un poco más complicado.

En fin, que nos vemos en la nueva casa.

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4 de marzo de 2011

Palabra de Don Alfredo


Con las cinco "Orejonas". Di Stéfano y las Copas de Europa que ganó de forma consecutiva con el Real Madrid.

Desde hace algunos años, aprovechando las facilidades de las nuevas tecnologías, los diarios españoles, tanto generalistas como deportivos, han adoptado la buena costumbre de organizar charlas digitales en las que los lectores tienen la oportunidad de formular preguntas bien a periodistas de esos medios o a distintas figuras de actualidad. Para este viernes, el diario Marca organizó una charla con Alfredo Di Stéfano, Don Alfredo, una leyenda viva del fútbol, uno de los más grandes jugadores de todos los tiempos.

Durante toda la semana la gente fue enviando sus preguntas y hoy se publicaron las respuestas. Lógicamente, Don Alfredo no se sentó delante del teclado a escribirlas sino que las habrá dictado por teléfono o las habrá pronunciado en presencia de algún redactor. De ahí el error, cuando se habla de La Máquina de River, y mencionan al jugador Tabernera. Obviamente, Di Stéfano se refiere a Adolfo Pedernera, otra leyenda del fútbol argentino. Se ve que quien transcribió las declaraciones de La Saeta Rubia, ante la duda, prefirió ser creativo antes que repreguntar o al menos acudir a wikipedia.


Cracks (de los de verdad). Di Stéfano junto a José Manuel "El Charro" Moreno.

Pese a los achaques propios de la edad, Don Alfredo sigue manteniendo una lucidez asombrosa. Y, por suerte, sigue fiel a su estilo: declaraciones directas, carentes de retórica y tonterías y cargadas de sentido común, algo cada vez más difícil de encontrar entre todo el ruido que rodea al fútbol actual.

    Por el solo hecho de leer a Don Alfredo es recomendable la entrevista completa (clic aquí). De todas formas, pego debajo algunas de las respuestas más interesantes. Es importantes leerlas con la voz y el tono característicos de Di Stéfano, bien de arrabal porteño de los años 50, una manera de hablar que ya ni en Buenos Aires es fácil de encontrar. Y quien no haya escuchado hablar a La Saeta, que piense en la voz de Pucho, el secuaz del Profesor Neurus: hablan muy parecido.


    Otras épocas. Alfredo con la camistea de River en la tapa de El Gráfico.
    Años en que River y el periodismo deportivo brillaban.


    Palabra de Don Alfredo

    * Sobre el horario en el que se juegan los partidos importantes de la Liga española, casi todos de noche:
    “En cuanto al calendario me parecen excesivas las horas tan tardías para la gente que tiene que madrugar y los niños que tienen que estudiar. El fútbol es un juego, a esas horas ya no apetece ni jugar”.

    * Sobre los reclamos de que el Madrid fiche menos y se fije más en la cantera, siguiendo el ejemplo del Barça:
    “Hay que aprovechar la cantera, pero no se pueden sacar los jugadores como caramelos”.

    * Sobre el “Charro” Moreno y La Máquina de River:
    “Moreno ha sido uno de los inventores de la pelota. No era solo él, a su lado jugaron Muñoz, Pedernera y la defensa que no se nombra pero también brilló. Es histórico. Yo entré después cuando jugaba Pedernera de delantero centro, era un espectáculo”.

    * Sobre cómo ha cambiado el fútbol con el paso de los años y el crecimiento del negocio:
    “Ahora ya todo ha cambiado. Hay empresarios que llevan a los jugadores desde que tienen 15 años. Los jugadores ya vienen manipulados con 17 años. Aún no han mamado biberón y ya tienen contrato, y detrás aparece un manager que tiene contratados a jugadores del primer equipo”.

    * Sobre los jugadores, como Cristiano Ronaldo o Messi, que no quieren perderse ningún partido:
    “La actitud de jugar todos los partidos es el entusiasmo que uno tiene. Jugar tres partidos de fútbol por semana no mata a nadie”.


    PD: dejo la pregunta-manifiesto que envié y que no tuve la suerte de que me la contestara directamente.

    Queridísimo Don Alfredo, un correntino que vive en Valencia lo saluda. Mi tío por parte de padre nació y vivió de chico en Buenos Aires, justo a la vuelta de su casa. Siempre nos cuenta que cuando jugaba a la pelota con el resto de pibes del barrio, había veces que usted, cuando volvía de entrenar en River, se paraba una ratito a tocar el balón con ellos. A mi tío le gusta contar que él jugó con Di Stéfano. ¿Qué nos puede contar de aquella Máquina de River y del Charro Moreno?


    Homenaje



    Di Stéfano (1ª Parte)



    Di Stéfano (2ª Parte)



    La Máquina





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    2 de marzo de 2011

    Estalló el Lechuzagate

    Colombia atraviesa en estos momentos por una etapa de verdadera conmoción. En esta ocasión el ánimo y la atención de los colombianos no se han visto arrebatados por una fulgurante operación contra las FARC ni por un brutal ataque de algunos de los cárteles de las drogas, y ni tan siquiera por la previsible boda entre los protagonistas del culebrón del momento. Nada de eso. Esta vez, el drama incluye actores con los que nadie contaba: un futbolista y una lechuza fallecida en tragicómicas circunstancias.

    La situación, absolutamente bizarra, es más o menos la siguiente: el pasado domingo, durante un encuentro de fútbol que disputaban el Junior de Barranquilla y Deportivo Pereira, una lechuza apareció tendida sobre el terreno de juego. En un lance del partido el jugador del equipo visitante Luis Moreno, nacido en la vecina Panamá, decidió darle una patada al aturdido animal. Moreno hizo lo que hizo por inercia, casi como un acto reflejo, en plan “apartemos esta cosa con plumas que no es Cristiano Ronaldo y que siga el juego”.

    El futbolista no podía imaginar que con ello estaba generando una noticia que se extendería por todo el planeta a la velocidad del rayo. Y menos aún podía pensar que en cuestión de horas se convertiría en un personaje odiado por defensores de animales, gentes con la sensibilidad a flor de piel y niños de todo el mundo.


    El villano. Luis Moreno en el momento en que patea a la lechuza.

    Para más inri, la lechuza en cuestión era la mascota-amuleto del equipo local, que ahora deberá decidir si busca una lechuza de reemplazo o si aprovecha la ocasión para elegir un animal más resistente y menos entrometido -una tortuga sería una buena opción ya que además tiene el plus de la longevidad-, o directamente opta por algún objeto inanimado como lo puede ser una piedra de origen volcánico, que a fin de cuentas ha sido a lo largo de los siglos un valor seguro para el ser humano a la hora de escoger objetos que no sirven absolutamente para nada pero que ayudan al autoengaño.

    Moreno, además de haberse equivocado en patear al animal, tuvo la mala suerte de que su acción fuera captada por las cámaras de televisión. A partir de ahí, el periodismo chisporroteante, internet y la atávica sed de linchamiento del hombre pusieron a este futbolista negro de apellido Moreno en el blanco de la ira de millones de personas (y no exagero) de todo el mundo.

    Desde la consagración del Pulpo Paul como figura mediática y pitoniso de éxito en el pasado mundial de Sudáfrica, la intervención (en este caso involuntaria) de ningún animal en asuntos futbolísticos había tenido semejante repercusión. (El Atlético de Madrid lo ha intentado repetidamente con la inclusión de Ujfalusi como titular, pero el checo ha sido incapaz de generar empatía en la gente, ni tan siquiera entre los más forofos hinchas colchoneros).

    Los medios de comunicación de medio mundo, cada vez más obsesionados por las tonterías e inmunes a la vergüenza, hicieron el resto. El lechuzagate estalló y se convirtió en un asunto de Estado.

    Al concluir el encuentro Moreno tuvo que pedir perdón a la lechuza (¡¿?!) y a la afición local. Los canales de televisión enviaron reporteros a hacer un seguimiento del estado de salud del ave. Hicieron guardia frente a la clínica veterinaria a la que fue trasladada y entrevistaron a los médicos veterinarios que la atendieron.

    Como si se tratase de un guiño del destino y de la diosa Fortuna a la tierra en que esto sucedió, el lechuzagate contó con la clásica estructura de las telenovelas que fascinan a la gente de este país. Primero fue el hecho principal: la patada de Moreno, el chico malo y extranjero, al pobre animal, la lechuza, que ocupa el rol de fémina ultrajada. Seguidamente, el villano sale a pedir perdón al tiempo que la chica (la lechuza) parece estar ya fuera de peligro.

    Esto lleva a todos a pensar en una posible reconciliación y en el ulterior perdón a Moreno, que había mostrado un sentido arrepentimiento. Pero en menos de 24 horas y luego de que el veterinario jefe (la figura paternal) asegurara que el animal no sufría fracturas ni hemorragias internas, el drama, que parecía conjurado definitivamente, se rehace y se desencadena de manera brutal: la lechuza muere de forma repentina.

    La vuelta de tuerca del guión es efectiva: las lágrimas, el dolor y las proclamas de venganza atronan y se expanden por todo el orbe. Los gritos de "¡Asesino, asesino!" y las exigencias de pena de cárcel para Moreno se multiplican y el deportista, que ya saboreaba el perdón, ahora pasa a ser casi tan odiado como Bin Laden.

    El giro argumental es perfecto por lo dramático e inesperado, y porque deja también muchas preguntas en el aire. El misterio domina la situación y deja el terreno abonado a todo tipo de teorías conspirativas: ¿Cómo es posible que la buena de la lechuza haya muerto si los veterinarios habían dicho que estaba fuera de peligro? ¿Hubo mala praxis en la clínica? ¿Sabía demasiado la lechuza sobre asuntos turbios que nadie debía saber? ¿Alguien decidió guardarse las espaldas y finiquitar al pajarraco para asegurarse que éste no cantara? ¿O fue la celosa y vengativa cuñada de Moreno la que urdió semejante trama para impedir que el ahora villano se casara con su hermanastra y no con ella, como le había prometido años atrás cuando aún no se había convertido en futbolista profesional?

    Son muchas las preguntas que surgen y permanecen de momento sin respuestas. Los investigadores no descartan ninguna hipótesis. Todo es posible. Sólo el tiempo y la pericia de veterinarios y forenses podrá desentrañar cómo se produjo la muerte de la lechuza. Tal vez alguna confesión repentina o una futura filtración de wikileaks puedan arrojar luz sobre tanta oscuridad. Puede incluso que el lechuzagate , al igual que otros grandes misterios de la humanidad como ¿Quién construyó las pirámides de Egipto? y ¿Dónde está Wally?, quede sin resolver. El único consuelo que queda es pensar que a estas horas la lechuza debe estar departiendo y mirando fóbal en el cielo junto al Pulpo Paul.

    A continuación dos vídeos im-per-di-bles (sobre todo el segundo, en el que el veterinario agradece "todo el apoyo que nos ha brindado la comunidad científica nacional e internacional") de la televisión colombiana siguiendo este asunto. Aunque pueda parecer lo contrario, no son vídeos de programas de humor ni de una parodia sino que son cortes sacados de informativos de las cadenas de televisión más importantes.

    Y por último, unos segundos de Kent Brockman, sin dudas la mayor influencia de muchos a la hora de hacer periodismo.








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    15 de febrero de 2011

    O Fenomeno dice adiós


    La boca llena de gol. Ronaldo festejando un gol, algo habitual en él.

    Ronaldo, el auténtico, anunció su retiro definitivo de las canchas de fútbol. Ronaldo Luíz Nazário de Lima, O Fenomeno, ha dicho que no puede más, que se su físico tan maltratado y sometido por la lesiones y las exigencias del fútbol profesional ya no le responde, que siente dolores hasta para subir las escaleras de su casa, y que por eso abandona la práctica de un deporte que sin dudas él contribuyó a engrandecer.

    Apenas ha dicho adiós y el fútbol ya lo llora.

    Ronaldo decidió comunicar esta decisión, que no por anunciada deja de ser triste, el 14 de febrero de 2011. Casualidad o no, eligió el Día de San Valentín para decirlo. Justo él que con su fútbol enamoró a millones de personas y con cada crac de sus rodillas, cuando parecía que no podría volver a jugar, rompió el corazón y llenó de congoja a sus seguidores de todo el planeta.

    Se va una máquina de hacer goles, un artista del juego, un tipo cuya figura, atlética u oronda, siempre inspiró pavor en las defensas rivales. Jorge Valdano aportó la que tal vez sea la mejor definición que se ha hecho de su juego. Dijo que cuando iba lanzado con el balón en los pies parecía “una manada de búfalos”. Tenía él sólo la potencia de varios delanteros y a eso le añadía habilidad, intuición y clase en iguales proporciones.

    Su palmarés es asombroso. Lo ganó prácticamente todo en los clubes que jugó y con la selección brasileña. De los títulos grandes a nivel clubes sólo le fueron esquivas la Champions y la Libertadores, competición esta última en la que se estrenó recién en el ocaso de su carrera y cuando ya había dado lo mejor de sí mismo, que fue muchísimo.

    Con la selección de Brasil se hizo un asiduo de las finales de los mundiales. Participó en tres de manera consecutivas.

    En 1994, cuando la canarinha se alzó con el título en Estado Unidos, fue sólo un espectador. Formó parte de aquel plantel liderado por Bebeto, Romario y Dunga, pero no llegó siquiera a debutar.

    En 1998 perdió ante la Francia de Zidane un partido que no debió jugar. Minutos antes de iniciarse el encuentro sufrió espasmos y se desvaneció en los vestuarios. Dicen que pudo haber muerto ese día. Dicen, también, que Nike, patrocinador de la selección brasileña y del propio Ronnie, presionó para que disputara el encuentro. Nunca quedó claro realmente qué fue lo que pasó en aquel vestuario de Saint-Denis.

    Ese incidente fue premonitorio: a partir de allí se inició un verdadero calvario en la carrera futbolística de Ronaldo que sufrió dos graves lesiones de rodilla jugando para el Inter. Esas lesiones, como él mismo dijo, le quitaron “tres años de carrera”. Pero llegó a tiempo para disputar el Mundial de Corea-Japón en 2002. Resurgió cuando pocos creían en semejante proeza. Al fin pudo conseguir un título dentro de la cancha, siendo además el goleador y el mejor jugador del campeonato.

    Cuatro años antes, en la final disputada ante Francia, sólo pudo deambular sobre la cancha, afectado por aquel desmayo. En cambio la final de 2002 ante Alemania fue muy distinta. Tanto que Ronaldo anotó los dos goles que le dieron la victoria a su selección. Recuerdo que en aquella oportunidad me supo mal el resultado. Siendo argentino quería que la final la ganaran los alemanes. Sin embargo hoy, con bastante retraso, me alegro que haya ganado Brasil. Y es que hubiera sido demasiado injusto que Ronaldo terminara su carrera sin haber ganado un título mundial dentro del campo de juego.


    Crack. Ronaldo fue grande dentro y fuera de las canchas, y hasta en las discotecas. Fue tan grande que incluso apareció en Los Simpsons.

    Tuve también la enorme suerte de haberlo visto al menos una vez en la cancha en vivo y en directo. Fue en un partido de liga contra el Valencia disputado en Mestalla. En aquel Madrid jugaban Zidane, Raúl, Beckham y Roberto Carlos. En esos días Ronaldo no estaba bien físicamente y estaba falto de ritmo futbolístico. Se pasó la mayor parte del partido viéndolo desde el banco de suplentes, hasta que lo mandaron a calentar.

    En el momento en que, remolón como siempre, salió a correr la banda, todas las miradas se dirigieron a él. Los decibelios, de repente, bajaron notablemente, como si la gente hubiera dejado de hablar por un brevísimo instante. Y a eso le siguió, también en tono rebajado, un rumor incesante acompañado de multitud de movimientos de cabeza orientados hacia donde estaba Ronaldo: O Fenomeno se preparaba para saltar al césped. Los hinchas del Valencia sintieron un temor reverencial, conscientes como eran de que con él en la cancha podía pasar cualquier cosa.

    Esa sensación se hizo rápidamente extensiva al equipo local cuando Ronaldo se sumó al partido. De manera automática la defensa valencianista retrocedió cinco metros. Tal vez fuera una orden de Roberto Ayala, quien por entonces lideraba la zaga ché y a lo largo de su carrera, sobre todo a nivel selecciones, había sufrido en carne propia al maravilloso delantero con dientes de conejo.

    Yo estaba en la bandeja superior detrás del arco hacia el que Real Madrid atacaba, así que me dediqué a observar detenidamente los movimientos de Ronaldo mientas estuvo en la cancha. No hizo gran cosa en los minutos que disputó. Como la manada de búfalos que era se dedicó a pasear y a pastar por la zona de ataque, su hábitat natural, y a lanzar alguna de sus estampidas características. En una de ellas, se internó en el área rival y sólo lo pudieron parar cometiéndole penal. Lo lanzó él mismo y lo detuvo Santiago Cañizares. No hubo final tipo película de Hollywood.

    Si a mi permanente relación de amor-odio que tengo con el Real Madrid le sumamos que estaba rodeado de hinchas del Valencia, se entenderá que haya festejado el fallo de Ronaldo. Sin embargo así como hoy me alegro de que Brasil haya ganado el mundial de 2002, también me lamento de aquel penal desperdiciado. Si Cañizares no lo hubiese detenido, hoy podría decir que presencié en directo al menos una de las conquistas de un crack que anotó 420 goles a lo largo de su carrera.

    Ya no volveremos a ver a Ronaldo en una cancha vestido de jugador, aunque siempre nos quedarán la memoria, los videos y YouTube. Uno de los mejores futbolistas de la historia, una verdadera leyenda, ha dicho adiós. No queda más que agradecerle por tanta magia. Como pequeño homenaje, me pongo de pie -literalmente- para escribir y decirle “¡Gracias por todo, maestro!”.

    P.D.: Hay dos cosas que le agradeceré eternamente a César Luis Menotti: la conquista del Mundial de 1978 cuando dirigía a la selección argentina, y su decisión de que Boca no fichara a Ronaldo.

    En 1994 todo Brasil asistía asombrado a la habilidad y capacidad goleadora de un pibe que por entonces llamaban Ronaldinho y jugaba en el Cruzeiro. En Argentina Boca se preparaba para disputar la copa Libertadores y había decidido reforzarse. Y cuando tenía prácticamente cerrada la compra del delantero brasileño, Menotti, por entonces técnico del club argentino, le bajó el pulgar a la transacción y le dijo a los dirigentes que mejor se gastaran ese dinero en el colombiano John Jairo Tréllez.

    Sus jefes le hicieron caso. Boca fichó a Tréllez, un futbolista que gran parte de los hinchas boquenses ni siquiera recuerda (y hacen bien), y Ronaldo fue transferido al PSV de Holanda, donde comenzó su camino a la gloria.

    Como hincha de River, da miedo pensar lo que hubiésemos tenido que sufrir con Ronaldo vistiendo la camiseta del archirrival. Si algún día tengo la suerte de cruzarme con Menotti, no duden de que le daré un sonoro beso en la frente y un abrazo del alma por aquella decisión.





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    9 de febrero de 2011

    El día en que descubrí que Superman era uruguayo


    Un instante para la eternidad. El Enzo ya le pegó de chilena,
    la pelota vuela hacia el fondo del arco y directo a la memoria de millones de hinchas.


    Ayer, 8 de febrero, se celebró una efeméride maravillosa para todo hincha de River y para todo aquel que sepa apreciar el buen fútbol: se cumplieron 25 años de aquella inolvidable chilena de Enzo Francescoli con la que el conjunto de Núñez dio vuelta, ya en tiempo de descuento, un partido que parecía perdido. A falta de 10 minutos, River perdía 2-4 contra la selección de Polonia pero terminaría ganando 5-4 gracias a esa joya del uruguayo, el “oriental más argentino”, según la feliz definición de Ignacio Copani.

    Fue tal la épica de esa remontada que, aun tratándose de un simple amistoso de verano, supo quedar en la retina y en la memoria de millones de argentinos, tanto de los hinchas riverplatenses como de los no simpatizantes del Millonario.

    En febrero de 1986 yo tenía 8 años y por influencia paterna ya era hincha de River. Pero a partir de esa noche mi sangre se convirtió en veneno riverplatense. Esa noche también supe que Superman, el de verdad, no era un tipo musculoso que vivía en Metrópolis y gastaba un traje ridículo, sino un uruguayo flaco y desgarbado de nombre y apellido italianos, que jugaba como los dioses y vestía una elegante camiseta blanca con una franja roja que le cruzaba el pecho y el alma.

    Esa noche, también, dije adiós para siempre a cualquier atisbo de objetividad e imparcialidad a la hora de hablar de fútbol y comencé a soñar con algo que hasta el día de hoy, ya con 33 años, todavía me ronda insistentemente por la cabeza, sobre todo en las noches de insomnio: hacer un gol de chilena sobre la hora. Cuando me dejo llevar por la febril imaginación lo hago siempre con la camiseta de River, en el estadio Monumental y ante Boca, como debe ser.

    Pero volviendo a aquella noche del verano del 86, puedo asegurar que las sensaciones las tengo como si el partido se hubiese jugado anteayer. Aquella noche fuimos a cenar a la casa de unos amigos de mis viejos, los Del Piano (no es que fueran luthiers en esa casa sino que ese era, y es, el apellido de Oscar, el anfitrión). La división del personal fue la clásica en esos casos: las mujeres y las niñas en la cocina, charlando y comiendo educadamente en la mesa, mientras que los hombres, adultos y niños, nos instalamos en el comedor delante de la tele para ver el partido con el típico atrezzo de comidas y bebidas futboleras.

    Con apenas 8 años estaba convencido de que mi equipo era tan bueno que el sólo pensar que podía llegar a perder era para mí algo inconcebible. Por esa precisa razón me estaba afectando bastante la que, a falta de 20 minutos para la conclusión del partido, parecía una segura victoria de los polacos (y encima por goleada). Fue entonces cuando tuve un momento de debilidad que me llevaría luego a hacer un juramento que jamás rompería.

    Con la certeza de la derrota inminente, cedí a la presión de madre, hermanas, tía y primas para ir a comprar helado. “Pero el partido todavía no terminó”, me acuerdo que dije. Y mi viejo me contestó: “Esto ya está liquidado. Faltan 15 minutos y ellos ganan 4 a 2...ya no lo damos vuelta”. Dolido por la que parecía una irreversible caída pero con la garantía de disfrutar de unos cremosísimos helados (otra de mis debilidades), me sumé sin mucho problema a la troupe que partió en busca de los postres. Recuerdo que los compramos en una heladería que estaba en la esquina de Yrigoyen y Santa Fé, donde ahora hay un edificio blanco que creo es un hotel.

    No tardamos casi nada. Estábamos a pocas cuadras y encima habíamos ido en coche. Por eso cuando regresamos a lo de Oscar no entendía la algarabía de mi viejo, que no paraba de gritar “¡Ganamos, ganamos! ¡Lo dimos vuelta con un golazo de Francescoli que ni Maradona lo puede hacer!”.

    Yo estaba medio en shock, pensando todavía en si habría de combinar sólo dulce de leche con chocolate o si le iba a añadir también un poco de frutilla; que si cucurucho o vasito. No podía comprender lo que pasaba ni poner en orden lo que sentía. Estaba contento y enojado a la vez. Contento porque mi viejo y Oscar, confeso hincha de Boca, no paraban de gritarme que River había ganado, que a fin de cuentas era lo que de verdad importaba. Pero a la vez estaba que echaba humo porque me lo había perdido.

    Instantáneamente me había percatado de que había fallado como hincha. Había cedido a la tentación de los helados y después de haber visto en directo casi todo el partido, voluntariamente me había perdido los minutos más importantes de algo que en ese momento percibí que ya se había convertido en un acontecimiento histórico.

    “¡Un gol que ni Maradona lo puede hacer!”, me había dicho a viva voz mi viejo mientras me sacudía tomándome por los hombros. Ya por entonces yo sabía que el Diego tenía un pasado como jugador de Boca y que el hecho de que el Enzo hubiese marcado un gol que ni el propio Maradona podía marcar, era una especie de valor añadido que realzaba la importancia de una obra de arte que sólo podía intentar imaginar y que tuve que esperar hasta el día siguiente para verla en las repeticiones que echaban en la tele.

    Fue entonces cuando aprendí, de una vez y para siempre, que la obligación del hincha es permanecer delante de la tele o en la cancha hasta el último minuto, incluso si te están goleando. Hay que quedarse hasta el final por lealtad y porque, lo sé desde ese día, en el fútbol los milagros suelen ocurrir.

    A partir de allí mi niñez y adolescencia quedaron marcadas por esa chilena magnífica, por esa sucesión de “pecho y chilena” que a mis oídos sonaba más mágica que “abracadabra” o “ábrete Sésamo”.


    Me pasé horas y horas durante los siguientes años practicando ese “pecho y chilena”. Practicaba en la canchita de al lado de casa, en el patio e incluso dentro de mi habitación. Mandé mil veces la pelota a la casa del vecino en plena siesta, rompí no pocos focos y dañé lo suficiente el cielo raso, la estantería y las puertas del armario de la pieza como para quedarme en repetidas ocasiones castigado, merecidamente, sin salir de casa ¡y encima sin pelota!

    Pero de tanto practicar terminé adquiriendo una técnica bastante buena, todo hay que decirlo. Tantas raspaduras y moretones provocados por otros tantos saltos inverosímiles no fueron en balde después de todo.

    Mi obsesión por emular a Francescoli llegó muy lejos. Cada vez que jugaba un partido intentaba aprovechar cualquier oportunidad para tirar una chilena. No importaba si era en ataque o en defensa ni tampoco si estaba en el mediocampo. Prácticamente cualquier pelota que me quedaba a media altura yo aprovechaba para darle de chilena, aun cuando lo más lógico fuese que la jugara simple, al ras del piso, sin acelerarme inútilmente. A veces, en aquellas canchitas de tierra e incluso sobre el asfalto de la calle, parecía más un improbable acróbata que un pibe jugando a la pelota.

    De tanto soñar con emular al Enzo, tuve mi gran oportunidad. Fue en una final de un campeonato de barrio, uno de esos torneos bravos que se jugaban en el playón de las Mil Viviendas los sábados a la mañana, enfrente de los monoblocks. Aquellos eran de esos partidos en los que pegabas y te pegaban de lo lindo, esos en los que aquel que quería adornarse haciendo filigranas se comía tremendos viajes que le bajaban los humos y le hacían entender que el ballet estaba bien sobre el parquet de un teatro, pero no en esos terrenos casi sin césped y llenos de pozos.

    Mi equipo estaba volcado en ataque y yo estaba en el área chica, más o menos en el punto del penal, cuando el arquero rival salió a descolgar un centro. La palmeó defectuosamente y la pelota quedó picando a media altura. Con el arquero fuera de sitio y con los defensas llegando apurados al cierre, no podía esperar a que bajara. “Es la tuya, vestite de Enzo. Es ahora o nunca”, me dije. La pelota me quedó perfecta, la levanté con el muslo derecho y tiré la acrobática chilena. Lo hice en un santiamén, el movimiento fue según mandan los cánones: acomodé el cuerpo y moví los brazos y piernas como debía, pero al momento de impactar el cuero le dí demasiada fuerza y lo enganché muy abajo. La pelota se fue por arriba por unos pocos milímetros, rozando el travesaño.

    Si probaba a pegarle de cabeza era gol cantado. Pero yo quería meterla de chilena y correr a festejar como loco con todos mis compañeros junto al lateral, igualito que el Enzo en aquella inolvidable noche de verano. Pero la pelota, caprichosa, se perdió por encima del arco rival y todo eso en plena final barrial. Y yo, en lugar de besos y abrazos, me comí una justificada puteada infernal de mi hermano mayor Jorge (era el capitán del equipo) y la mirada de desaprobación del resto de mis compañeros.

    Se me escapó ese momento de gloria. Pero con el tiempo tuve otros. Me seguí tirando e intentando lo de “pecho y chilena” y hasta logré hacer algún que otro gol de esa manera. Todavía los recuerdo, tan perfectos como el gol que hace 25 años anotó el Enzo y que yo, aunque no lo pude ver en directo, lo llevo en la memoria y lo revisito una y otra vez.


    Acá, los tres goles que marcó Enzo en esa histórica noche.




    En inglés y con mejor definición:



    Homenaje 1




    Homenaje 2




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    25 de enero de 2011

    Fragmentos de un día de invierno



    De acuerdo con un estudio realizado por la agencia Barlovento Comunicación, el consumo televisivo en España creció “de manera significativa” en 2010, alcanzando un nuevo récord. Según este estudio el consumo de televisión fue de 234 minutos por persona y día. Es decir que, en promedio, cada habitante del territorio español estuvo durante el año pasado casi 4 horas delante de la tele cada día.

    La explicación a este marcado aumento en el visionado no se debe a que durante 2010 la, en general, pésima programación televisiva haya dado un vuelco espectacular mejorando de manera notable los contenidos. Nada de eso. Dicen los analistas que, también esto, es consecuencia directa de la crisis económica que paraliza a España. Con los índices de desempleo por las nubes (más de cuatro millones de parados), cada vez son más las personas que al no tener trabajo, lógicamente, disponen de más tiempo libre, tiempo que en buena parte lo pasan delante de la pantalla de TV.

    Desde hace varios meses, yo también formo parte de ese grupo de personas sin trabajo. Tengo, por tanto, mucho tiempo libre pero lo cierto es que, aparte de Los Simpsons, el fútbol y algo de los informativos, no le dedico demasiadas horas a la pantalla de televisión. Aunque debo reconocer que desde la semana pasada sí que estoy pasando más tiempo frente a la tele. Y es que en la 2 de Televisión Española, de lunes a jueves de 21 a 22, ofrecen los documentales de la BBC de la serie Planeta Tierra (Planet Earth), una auténtica maravilla. Imágenes obtenidas gracias a los más recientes avances de las tecnologías ópticas y que subyugan por su belleza, esquemas narrativos y montajes que ya quisiera para sí más de una película de Hollywood, más la locución de sir David Attenborough, hacen de esta serie de documentales algo imperdible.

    A esto me dedico de 9 a 10 de la noche. Una hora en la que no atiendo el teléfono ni hago llamadas, no pongo nada en el fuego y ni siquiera consulto Internet. Ya sé que suena a pose pero es la verdad. Y eso que yo, salvo los dedicados a los grandes felinos y a los tiburones, nunca he sido un gran consumidor de documentales de la naturaleza.



    Los documentales de Planeta Tierra (está la película, que no la vi) tienen también un alcance que excede incluso el ámbito para el que fueron pensados. Y es que además de instruir y embelesar con sus imágenes son capaces de inducir al espectador a la introspección, de sumirlo en una suerte de letargo meditativo y cuasi filosófico. Al menos algo de eso es lo que me ha venido pasando estos días en los que el frío arremete por toda España y salir de la cama se vuelve un duro desafío.

    La otra noche, por ejemplo, mientras escuchaba atentamente las narraciones de sir Attenborough, un fragmento en el que éste hablaba de “las formas de vida capaces de sobrevivir aún ante la casi total carencia de agua” me hizo pensar de inmediato en mis plantas (por herencia), las cuales, a pesar del semiabandono al que las tengo sometidas en el balcón, se las apañan de alguna manera para seguir existiendo. Seguramente estoy siendo testigo -y causante- de la mutación de varias especies que, forzadas a sobrevivir, están alterando su normal desarrollo. Es posible que en unos años los de la BBC glosen en futuros documentales la transformación experimentada por mis plantas y su impacto en la botánica, y yo aquí sin enterarme.

    Medito entonces sobre esto y me pregunto si no va siendo hora de echar un poco de agua dentro de esas macetas. Pienso, pienso, pienso y lo sigo pensando. Todavía lo sigo pensando....

    ...También recuerdo cómo, asombrado, el locutor explicaba luego que “contra lo que se pudiera pensar, incluso ante la falta de la indispensable luz solar, hay especies animales que viven en la más absoluta oscuridad”. Al día siguiente, arrebujado en la cama, rememoro esa frase y pienso entonces en mí mismo. Me siento identificado y por un momento creo que el señor de acento británico de la tele hizo ese comentario con segundas y me lanzó un dardo a la frente. Tocado en mi orgullo, aparto a un lado de forma vehemente el triple manto sábana+colcha+edredón que me cubre, me semiincorporo y digo en voz alta: “¡Te vas a enterar, maldito inglés!”.

    Lo tengo todo pensado y bien definido: en esos momentos estoy dispuesto a dar un salto acrobático para salir de la cama, correr a la cocina y prepararme un desayuno de campeones para seguidamente sentarme delante de la computadora y, taza de humeante café negro en mano, sumergirme en un frenesí de búsqueda de trabajo y envíos online de currículums.

    Armo todo ese plan -que incluye sesión de gimnasio y una hora de trote por el río a la hora de la siesta- en unos pocos segundos. Convencido de la viabilidad del mismo y espoleado por las ganas de acallar a ese maldito inglés cuyas palabras envenenadas siguen repiqueteando en mi cabeza, repaso mentalmente el plan una vez más. Lo hago en nada, me toma apenas unas fracciones de segundo. Tiempo suficiente para que, con la misma vehemencia empleada poco antes, decida agarrar el triple manto sábana+colcha+edredón, volver a taparme y adoptar la posición de bicho bolita para seguir tumbado, que para eso tengo un colchón de puta madre.

    Por la rendija de la ventana de mi habitación que da a la calle se cuela todavía un haz de luz. Pienso nuevamente en las palabras de Attenborough que tanto me habían soliviantado antes y me autoconvenzo de que, a fin de cuentas, no soy nadie para contradecir a todo un sir. Y mientras sigo remoloneando en la cama a la espera de que se oculte el sol, me pregunto qué cosas nuevas aprenderé en el documental que proyectan esta noche. Es decir, dentro de un rato


    P.D. 1: No, no todos mis días son así. Hay parecidos razonables, pero no se trata de una rutina fija. Ya estoy más activo, retomando cosas. Y sí, estoy enviando CV y escribiendo a conocidos y a algunos contactos que me han pasado, a ver si surge algo. Además, la serie documental de la BBC es limitada, se termina en estos días. Cuando ello ocurra tal vez la introspección la encuentre mirando el techo del comedor de casa.

    P.D.2: Esta noche, sin falta, riego las plantas. No quiero tener que aguantar después a los documentalistas de la BBC hurgando en mi balcón.
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    26 de noviembre de 2010

    A vueltas con los Informativos: de "Caso abierto" a la prensa kirchnerista

    En el variado universo de las series policiales, Caso abierto (Cold case) seguramente no será de los primeros nombres que se piensen a la hora de elaborar las listas de las producciones más populares ni de las mejor valoradas. Difícilmente alguna vez se la vaya a considerar una serie de culto como The Wire o The Shield. A diferencias de éstas, fue concebida para llegar al gran público. No por nada está producida por Jerry Bruckheimer. Pero a pesar de ello, es una buena serie, por encima de la media, original dentro de lo que cabe, con un buen elenco y, sobre todo, con un punto de partida que siempre es el mismo pero que permite que todo sea siempre diferente: cada capítulo aborda un caso policial que en su momento fue cerrado por falta de pruebas y que, por diferentes circunstancias, el equipo de Homicidios de la policía Filadelfia se dispone a reabrirlos hasta resolverlos.


    Protagonistas de la serie Caso abierto (Cold Case).

    Esta premisa tan sencilla permite volver a la época en la que sucedieron los crímenes, ofreciendo pinceladas del contexto sociocultural y político de los años en que se centran las historias y su contraste con la actualidad, además de las recreaciones históricas en lo que hace a escenografía y vestuario (los constantes flashbacks al pasado que se intercalan con la investigación policial en el presente son el sello característico de la estructura narrativa de la serie).

    La discriminación de la mujer a mediados del siglo pasado, la segregación y el racismo contra los negros, la guerra de Vietnam o la más reciente de Irak, dramas familiares, la irrupción del hippismo en la sociedad norteamericana y muchísimos temas más han ido apareciendo en los capítulos de esta serie a lo largo de sus siete temporadas (la CBS ya ha anunciado que la serie ha sido cancelada). Y en el capítulo que enganché ayer en la tele, titulado Informativos (Breaking news, temporada 6) , abordaron justamente el mismo tema tratado en el post anterior de este blog: la idiotización de los informativos de televisión, el creciente proceso de transformación de los espacios antes dedicado a contar las noticias en simples y burdos contenedores en los que lo verdaderamente noticioso aparece disimulado entre reportajes “de color”, propaganda política e informaciones insólitas.

    En el mencionado capítulo, que contaba el asesinato de Jane Everett, una presentadora de informativos que estaba a punto de dar a conocer un reportaje de denuncia, hubo referencias directas a la superficialidad de cierto periodismo, a lo que ocurre cuando la ética profesional se ve desplazada por los intereses económicos y a cómo algunos periodistas encuentran justificaciones de todo tipo para defender sus intereses y mezquindades.

    Si bien la historia estaba situada en la Filadelfia de 1988, el diagnóstico que se hacía de los informativos de entonces bien podría aplicarse a los de la actualidad. En una escena, luego de ver a su hija presentando un reportaje que en realidad no era más que publicidad encubierta de unos de los principales auspiciantes del canal de televisión, la madre le recrimina a Jane, otrora fervorosa e idealista estudiante de periodismo, que se prestase a disfrazarse de leopardo para realizar ese tipo de coberturas. Y al mismo tiempo se queja de la superficialidad del noticiero. Indignada, la madre dice con tono irritado: “¡Es que no entiendo por qué han dejado de ser informativos!”, a lo que la hija, avergonzada y a la defensiva le responde con las mismas palabras que perfectamente podrían salir de la boca de Pedro Piqueras, actual director de los nefastos informativos de Telecinco: “¡¿Cuántas veces tengo que decirte que así es como funciona el negocio ahora?!”.

    En otro momento del capítulo, cuando estaba siendo interrogado por los policías sobre las circunstancias del asesinato ocurrido dos décadas atrás, el que fuera entonces jefe de redacción del informativo explicaba de la siguiente forma el por qué de la deriva del espacio que dirigía hacia el infoentretenimiento: “Entonces se consideraba noticia todo lo que subiera la audiencia. A más audiencia, más beneficios; y a más beneficios, mejores vacaciones para todos”.

    Pero lo más contundente estuvo en el cara a cara que la reportera, instantes antes de ser asesinada, tuvo con su jefe y ex compañero de facultad, quien le hace ver que no emitirán el reportaje de denuncia contra el principal patrocinador de la cadena. Con evidente amargura y decepción la reportera le echa en cara a su colega que “fuiste tú el que me enseñó todo sobre la ética periodística...todas aquellas lecciones que nos dabas en la época de la universidad...”. Y el otro, con un cinismo muy en boga actualmente, le responde que “los informativos ya no son lo que eran, a ver si te enteras. Sólo importan los índices de audiencia”.

    Ya ni los periodistas parecen entender
    en qué consiste el periodismo

    Es verdad. Los informativos ya no son lo que eran. Y el periodismo ya no es comprendido ni valorado correctamente ni siquiera por muchos periodistas que viven notables confusiones, algunos por erróneos enfoques ideológicos y otros por descarado oportunismo.

    En una entrevista que le realizaran recientemente, el director de Télam (agencia estatal argentina de noticias) Martín García, insinuó que prefiere contar con militantes políticos antes que con periodistas. Militantes oficialistas, obviamente. Sin dudas todo un canto a la imparcialidad. Y luego se sorprenden si algunos no queremos creer en la propaganda gubernamental (mal) disfrazada de información que difunde la amplia red de radios, blogs, canales de televisión, diarios y periodistas adscritos al kirchnerismo.

    Por si fuera poco García no tuvo empacho en calificar de la siguiente manera a los periodistas: “Los profesionales son como las prostitutas, escriben mentiras en defensa de los intereses de los que les pagan”. No se sabe bien si se trató de un mea culpa, de una explicación de cómo funciona en Argentina la prensa oficialista o si sólo se trató de una crítica a los periodistas no sumisos a la maquinaria kirchnerista.


    Alta estima. Para Martín García, director de Télam,
    los periodistas son como las prostitutas.

    En cualquier caso no deja de ser curioso que algo así lo diga un hombre que trabajó ayer para Menem, Duhalde, Cafiero y Rodríguez Saá, hoy trabaja para el kirchnerismo, y mañana quien sabe para quién trabajará. Seguramente, al igual que las prostitutas, lo hará para quien le pague, muy en la línea de los “militantes” de quita y pon que tanto se llevan en el periodismo argentino de hoy día.


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